

César Coca , 30 de octubre 2019, 17:20 Enlace a la noticia
Por su casa de la calle Sagasta, en Madrid, pasaban con frecuencia los cantantes Teresa Berganza, Paquita Rico y Luis Mariano y el director Ataúlfo Argenta, que iban a ensayar y comentar algunos aspectos de la partitura con el autor. Por allí iban también amigos que se dedicaban al teatro, como Pedro Muñoz Seca y Alfredo Marquerie.
Pese a su discreción y su escaso afán de notoriedad, -«en las fotos prefería siempre evitar estar en el centro»-, el hogar del compositor vasco Jesús Guridi era un foco de cultura, donde sonaba el piano de la mañana a la noche y donde el maestro estudiaba y planeaba las obras que luego escribía en las largas vacaciones donostiarras. Lo recuerda Julia, la quinta -de seis- hija del compositor, memoria viva de un músico del que tantas veces se ha dicho que habría logrado una proyección mucho mayor si hubiese nacido en Centroeuropa. Y eso que no es poco haber sentado las bases del nacionalismo musical vasco.
¿Cómo era en casa Guridi? Julia tenía 27 años cuando el compositor murió de forma repentina. Han pasado 56 desde entonces, pero ella lo recuerda muy bien. «Era introvertido, religioso pero con algunas dudas en materia de fe y con un fino sentido del humor. Nunca fue muy hablador. Cuando yo tenía doce años murió nuestra madre -que también se llamaba Julia- y nos cuidó una chica que había trabajado en casa de los abuelos paternos. Para mi padre fue un golpe tremendo».