Por su casa de la calle Sagasta, en Madrid, pasaban con frecuencia los cantantes Teresa Berganza, Paquita Rico y Luis Mariano y el director Ataúlfo Argenta, que iban a ensayar y comentar algunos aspectos de la partitura con el autor. Por allí iban también amigos que se dedicaban al teatro, como Pedro Muñoz Seca y Alfredo Marquerie.
Pese a su discreción y su escaso afán de notoriedad, -«en las fotos prefería siempre evitar estar en el centro»-, el hogar del compositor vasco Jesús Guridi era un foco de cultura, donde sonaba el piano de la mañana a la noche y donde el maestro estudiaba y planeaba las obras que luego escribía en las largas vacaciones donostiarras. Lo recuerda Julia, la quinta -de seis- hija del compositor, memoria viva de un músico del que tantas veces se ha dicho que habría logrado una proyección mucho mayor si hubiese nacido en Centroeuropa. Y eso que no es poco haber sentado las bases del nacionalismo musical vasco.
¿Cómo era en casa Guridi? Julia tenía 27 años cuando el compositor murió de forma repentina. Han pasado 56 desde entonces, pero ella lo recuerda muy bien. «Era introvertido, religioso pero con algunas dudas en materia de fe y con un fino sentido del humor. Nunca fue muy hablador. Cuando yo tenía doce años murió nuestra madre -que también se llamaba Julia- y nos cuidó una chica que había trabajado en casa de los abuelos paternos. Para mi padre fue un golpe tremendo».
Por su casa de la calle Sagasta, en Madrid, pasaban con frecuencia los cantantes Teresa Berganza, Paquita Rico y Luis Mariano y el director Ataúlfo Argenta, que iban a ensayar y comentar algunos aspectos de la partitura con el autor. Por allí iban también amigos que se dedicaban al teatro, como Pedro Muñoz Seca y Alfredo Marquerie. Pese a su discreción y su escaso afán de notoriedad, -«en las fotos prefería siempre evitar estar en el centro»-, el hogar del compositor vasco Jesús Guridi era un foco de cultura, donde sonaba el piano de la mañana a la noche y donde el maestro estudiaba y planeaba las obras que luego escribía en las largas vacaciones donostiarras.
Lo recuerda Julia, la quinta -de seis- hija del compositor, memoria viva de un músico del que tantas veces se ha dicho que habría logrado una proyección mucho mayor si hubiese nacido en Centroeuropa. Y eso que no es poco haber sentado las bases del nacionalismo musical vasco.
¿Cómo era en casa Guridi? Julia tenía 27 años cuando el compositor murió de forma repentina. (más…)
Madrid. 11 y 12-X-2019. Teatro de la Zarzuela. El caserío (Jesús Guridi). Ángel Ódena/José Antonio López (Tío Shanti), Raquel Lojendio/Carmen Solís (Ana Mari), Andeka Gorrotxategui/José Luis Sola (José Miguel), Marifé Nogales/Ana Cristina Marco (Inosensia), Pablo García-López/ Jorge Rodríguez Norton (Txomín), Itxaro Mentxaca (Eustasia), Eduardo Carranza (Manu), Jose Luis Martínez (Don Leoncio). Compañía de Danza Aukeran (Dirección y coreografía: Eduardo Muruamendiaraz). Coro Titular del Teatro de la Zarzuela. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Dirección musical: Juanjo Mena. Dirección de escena: Pablo Viar.
Declaraba hace poco Daniel Bianco, director del Teatro de la Zarzuela, que programando El caserío pretendía «desmontar esa mala imagen que se tiene que la zarzuela pertenece a solo un sitio, con personajes de Madrid». Un tanto sorprendente, bien es verdad. En primer lugar, porque es algo obvio y que le consta a cualquier amante del género o bien, a cualquiera que se haya documentado un poco sobre el mismo. Imagino que lo de «mala imagen» se referirá a que ello podría suponer un cierto «centralismo sectario» (totalmente contrario al carácter del acogedor pueblo madrileño) y no a que la Zarzuela de ambiente castizo capitalino irradie valores amorales o negativos que, desde luego, no corresponden ni a sus gentes ni a esos memorables personajes que pueblan esas composiciones dentro de un admirable costumbrismo.
Evidentemente, la zarzuela de ambiente madrileño y dentro de ella el sainete es una parte fundamental, pero no la única, ni mucho menos, de la gran variedad de manifestaciones de teatro musical que se engloban en el término Zarzuela y ello ciñéndonos a la llamada «zarzuela restaurada» (período 1850-1950). Dentro de esas manifestaciones se encuadra la Zarzuela de ambiente regional. Incluso hace un par de temporadas se celebró un concierto navideño que se tituló «Zarzuela en plural» que mostraba toda la variedad de creaciones en que están representadas, prácticamente, todos los lugares de España.
De hecho, un Jesús Guridi, que ya había compuesto obras para el teatro como Mirentxu y Amaya y que se había mostrado totalmente contrario a abordar el género de la Zarzuela, se animó a ello, asumiendo que podría perfectamente encauzar su talento como melodista y orquestador en combinación con el casticismo y el folklore tradicional, después de ver en vivo uno de los grandes títulos del género y a la sazón, de ambiente madrileñísimo, Doña Francisquita de Amadeo Vives con libreto de Federico Romero y Guillermo Fernández Shaw que, a la postre, también redactarían el texto de El caserío.
La tendencia plasmada en los últimos montajes vistos en el Teatro de la Calle Jovellanos de cercenar el ambiente castizo madrileño de las obras esencializadas por el mismo, se tornó, curiosamente, a la hora de montar El caserío en todo lo contrario, en una potenciación de la «expresión del alma, la raza y la tierra vasca», lo cual celebra el que suscribe, pues debe ser así, pero en las otras también.
De lo que no pudo librarse la hermosísima obra de Guridi -por la que siento especial cariño, además de por sus valores intrínsecos, porque era la Zarzuela favorita de mi padre- es de la poda indiscriminada de los diálogos tal y como se está convirtiendo en norma habitual, quién lo diría, en las producciones del teatro que porta el nombre del género. Los autores del libreto, como ya se ha resaltado, los más prestigiosos de este repertorio, Federico Romero y Guillermo Fernández Shaw, vieron desde el más allá su texto cercenado al igual que ocurrió en la reciente Doña Francisquita.El caserío quedó reducido a cien minutos sin descanso, no vaya a ser que la gente se aburra o que le cierren a alguien el restaurante para cenar. En el primer acto dejan algo del texto, para que se entienda algo de la trama, pero a partir del segundo todo queda reducido a una especie de vertiginosa sucesión de números musicales –como si fuera una versión en concierto-, quedando la trama sin desarrollar, además de los personajes desdibujados.
Ciertamente, 42 años son muchos desde la última vez que el Teatro de la Zarzuela programó la hermosísima obra de Guridi -un pilar del género y que siempre ha gozado de popularidad- que se había estrenado en el mismo escenario en 1926 y hemos de agradecer que la producción de Pablo Viar (del año 2011 procedente del Teatro Arriaga de Bilbao y el Campoamor de Oviedo), además de vistosa, respetaba la obra, su localización y, como he subrayado, todo ese costumbrismo y casticismo vasco de la mejor ley. La escenografía a cargo del propio Daniel Bianco, grata a la vista y apropiada, nos muestra la imponente fachada del caserío o baserri con una puerta de entrada con arco de medio punto, que evoca esa «casa idealizada entendida como cuna y nido, templo y tumba» como indica Itziar Larrinaga en su estupendo artículo del libreto-programa editado por el teatro. Posteriormente, la fachada se levanta y vemos el interior en cuyo espacio y alrededores se articula la acción de la aldea imaginaria vizcaína de Arigorri en la que destaca la familia, la estirpe ligada al caserío y que encabeza el Tío Shanti, solterón entrado en años que convive con dos sobrinos, la cabal y leal Ana Mari y el vividor y licencioso José Miguel.
Vestuario estupendo, muy adecuado e igualmente los decorados y elementos ambientales como la vegetación propia del Norte con sus recios árboles, símbolo atávico y ancestral. En el segundo acto, el coro sentado en unas gradas cumplirá una función de coro griego, comentando la acción para después plasmar con mímica junto a los jugadores de pelota el correspondiente partido que consagra a José Miguel como Rey de los pelotaris, todo ello mientras se interpreta el soberbio Dúo entre Ana mari y el Tío Shanti.
Cierto es que ante pieza musical de tanta envergadura, uno preferiría que toda la atención se concentrara en canto y música, pero no se puede negar la habilidad para condensar la acción todo lo posible y tornarla apremiante. Al final, cuando por fin va a cristalizar ese amor entre los dos primos (al igual que ocurre con las dinastías reales, a lo que se equipara ese anhelo de pervivencia de la estirpe inextinguible simbolizada por el caserío y las tierras que se han de transmitir indivisibles por herencia), el montaje nos muestra al fondo del escenario una Ana Mari idealizada en un hermoso paisaje, que recordó por momentos a Scarlett O’Hara en Tara. De muy buen nivel la actuación de la Compañía de danza Auskeran bajo la dirección de Eduardo Muruamendiaraz, responsable también de la coreografía, que encarnó todo el sabor tradicional y folklórico. Fueron muy aplaudidos por el público.
Juanjo Mena, además de su afinidad por esta música, que se encargado de reinvindicar en los días previos a esta serie de funciones, acreditó su condición de maestro metódico y riguroso. Obtuvo un buen sonido de la orquesta, mostró toda la hermosa orquestación de Guridi, con múltiples detalles y dotándola de gran factura musical y vuelo sinfónico (por citar algunos momentos, magníficos intermedio, procesión y ezpata-dantza, así como el acompañamiento al dúo de los bertsolaris con unas estupendas armonías de las maderas), pero, en mi opinión, esa meritoria labor tuvo dos defectos importantes cuando se trata de colocarse en el foso para abordar teatro lírico. La recreación en los valores orquestales, el desmenuzamiento de la partitura, conllevó algunos tempi morosos y la consiguiente falta de tensión teatral, así como un acompañamiento, a veces, poco atento y escasamente colaborador con los cantantes. Estupendo el coro que volvió a demostrar su personalidad y dominio total de este repertorio. Es obligado subrayar, que es una auténtica pena que el Teatro de la Zarzuela se vaya a quedar sin un director musical del talento de Óliver Díaz.
Si algo debe atesorar un barítono que aborde el maravilloso papel del Tío Shanti, soltero y ya mayor, alcalde del lugar, temeroso por asegurar la permanencia del Caserío y las tierras de forma indisoluble y dentro del ámbito familiar, es la nobleza. Ángel Ódena y José Antonio López carecen de la misma, tanto en el aspecto tímbrico como en sus modos canoros. En la función del Viernes día 11 el barítono tarraconense con su material recio y amplio, pero con perceptible vibrato y que acusa cierto desgaste tímbrico compuso un Tío Shanti creíble, con la apropiada autoridad moral en lo interpretativo, más interesante en ese aspecto que el de López en la representación del día 12 quien, por su parte, lució timbre más firme y con algo más de brillo, pero de emisión hueca, fraseo vulgar y agudos de filiación tenoril. La voz de mayor calidad de todo el elenco la posee la soprano pacense Carmen Solís, Ana Mari en la función del día 12. Sonido amplio, carnoso, esmaltado y con metal en el centro y primer agudo, pero la falta de remate técnico se traduce en un agudo extremo en el que el sonido «no gira» y se abre. Asimismo, el fraseo se mantiene tan aburrido e inane como siempre, de modo que las cuitas de Ana Mari nos interesan mucho más expresadas por Raquel Lojendio, de material vocal mucho más modesto y genérico, pero canto sensible, algo más sentido y matizado, además de enriquecido con algún que otro filado de factura como pudo comprobarse en su bello relato del último acto. Muy distintos los dos tenores que encarnaron a José Miguel, vividor despreocupado, que se da cuenta que ama a Ana Mari justo cuando la puede perder. Andeka Gorrotxategui con su robustez y pegada habitual, pero también con esa emisión esforzada y sin liberar, mostró sus progresos en un fraseo más calibrado y compuesto. La espléndida romanza «Yo no sé que veo en Ana Mari» pide un canto sul fiato y un lirismo poético que el tenor vizcaíno no ofreció, pero sí un canto recogido que culminó con una nota final de buen efecto mantenida ad libitum mientras salía de escena.
El tenor José Luis Sola no se quedó atrás y también brindó el mismo efecto en la citada romanza, que cantó con buena línea y sentida expresión, además de lucir un fiato más desahogado con el que poder acometer el tempo particularmente lento prescrito por el Sr. Mena. En el dúó de los bertsolaris Sola cometió un desliz entrando cuando no le correspondía, pero dotó de efusión lírica a sus bellísimas frases del dúo con Ana Mari del acto primero «Nadie sabe defender su triunfante juventud…», pero su sonido es muy modesto en el centro, totalmente desguarnecido y justo de volumen (se acerca más al de un Txomín que al propio de un tenor protagonista), siendo su franja aguda la que más luce. En la pareja cómica corresponde destacar a Marifé Nogales, de canto aplicado y sin excesos en lo interpretativo, sin pasarse de la raya en su papel de la desgreñada y sinsorga Inosensia, claramente preferible a Ana Cristina Marco, ejemplo de desimpostación y modos canoros fuera del marco del género lírico. Muy justito el material del tenor Pablo García-López que, sin embargo compuso en la función del día 11 un Txomín desenvuelto y de apropiada comicidad frente al «Bayreuthiano» Jorge Rodríguez-Norton de material vocal muy superior, pero algo más envarado en escena en la representación del día 12. En su salsa Ixaro Mentxaca como Eustasia e impecables tanto Eduardo Carranza como José Luis Martínez como Manu y Don Leoncio, respectivamente.
El Teatro de la Zarzuela pondrá en marcha este domingo, 20 de octubre (12:00 h.) en el Ambigú, el nuevo ciclo «Domingos de Cámara con Ñ». De la mano de solistas de su Orquesta Titular, la Orquesta de la Comunidad de Madrid, estará dedicado exclusivamente a la música española y su precio único será de 6€. Este viaje a través del patrimonio musical español trata de descubrir al público la excelente calidad de la obra de cámara de compositores que alcanzaron la fama por su dedicación al género lírico español, así como de dar visibilidad a los nuevos compositores españoles y a contemporáneos ya consagrados.
Los solistas de la Orqueta que participarán en el concierto del domingo serán Víctor Arriola (violín), Gladys Silot (violín), Eva María Martín (viola) y Benjamín Calderón (violonchelo), que interpretarán el Cuarteto en sol sobre temas populares vascos, op. 31 que José María Usandizaga compuso en 1915, y el Cuarteto nº 1 en sol mayor de Jesús Guridi, de 1933.
Al finalizar el concierto se ofrecerá una degustación de cerveza artesana. Las otras cuatro citas del ciclo serán: Música española contemporánea (24 de noviembre), Concierto de villancicos con los Pequeños Cantores de la ORCAM (15 de diciembre), Compositoras españolas (5 de abril) y Obra de cámara de Pablo Sorozábal (7 de junio).
El Teatro de la Zarzuela, como viene siendo habitual, realizará una emisión en directo de la función de ‘El Caserío’ de mañana jueves, 17 de octubre, a través de sus cuentas de Facebook y YouTube y de su página web.
Asimismo, el sábado 19, también se emitirá en vivo a través de Radio Clásica.
‘El caserío’ de Jesús Guridi, con libreto de Federico Romero y Guillermo Fernández-Shaw, es un tesoro musical a punto de cumplir 93 años de su estreno en este mismo escenario de la plazuela de Jovellanos –en noviembre de 1926–. En esta ocasión, cuenta con la esperada dirección musical del maestro Juanjo Mena –sin duda uno de nuestros pesos pesados de la dirección de orquesta– y la escena de Pablo Viar, colmada de sentido y poesía.
El reparto que se podrá disfrutar en la emisión lo compondrán la soprano Raquel Lojendio, el barítono Ángel Ódena, el tenor Andeka Gorrotxategi, la mezzosoprano Marifé Nogales, el tenor Pablo García-López, la mezzosoprano Itxaro Mentxaka y los actores Eduardo Carranza y José Luis Martínez.
La escenografía de Daniel Bianco, inspirada y hermosa, representa un frontón como centro de los aconteceres de Arrigorri, como una suerte de plaza del pueblo tras el que se intuye la hegemonía de la tierra; la supremacía de la naturaleza. El vestuario de Jesús Ruiz, la iluminación de Juan Gómez-Cornejo y la coreografía de Eduardo Muruamendiaraz completan la singular propuesta artística de esta producción del Teatro Arriaga de Bilbao y del Teatro Campoamor de Oviedo.
Sobre el escenario, además del Coro Titular del Teatro de la Zarzuela concurrirán tres figurantes, cuatro niños y ocho bailarines de la Aukeran Dantza Konpainia dirigida por el propio Muruamendiaraz. Y en el foso, la Orquesta Titular del Coliseo, la Orquesta de la Comunidad de Madrid (ORCAM).
El director de orquesta vitoriano inaugura la temporada del Teatro de la Zarzuela con «El caserío», de Guridi.
MadridActualizado:
Juanjo Mena, en el Teatro de la Zarzuela – Maya Balanyá
Tiene Juanjo Mena (Vitoria, 1965) una marcada flema británica; quizás tengan algo que ver los años que ha pasado al frente de la Orquesta Sinfónica de la BBC. Pero se incendia cuando habla de música y, especialmente, de Jesús Guridi, cuya obra más conocida, «El caserío», dirigirá desde el viernes próximo (y hasta el 20 de octubre) en el Teatro de la Zarzuela, en una producción procedente del Teatro Arriaga de Bilbao.
¿Es la primera vez que aborda «El caserío»?
La dirigí hace unos años, en 2000 o 2001. Era titular entonces de la Orquesta Sinfónica de Bilbao y la grabamos; una grabación muy rápida que nos pidió el sello Naxos. No era el momento más adecuado, porque yo acababa de empezar a trabajar con la orquesta; pero yo creía que la exigencia de una grabación sería bueno para los músicos. La grabamos en Vitoria, en el Conservatorio de Música Jesús Guridi, en la sala que yo conocía muy bien. Ahí está la grabación; es un momento muy diferente a éste.
¿Y al regresar a la partitura ahora, lo ha hecho como si la leyera por primera vez?
Realmente sí. En primer lugar, porque hasta ahora no ha sido posible tener una partitura de dirección de orquesta de la obra;dirigíamos con la partitura de piano y voz. Cuando la grabamos, además, yo era muy joven; toda la experiencia que he adquirido en estos casi veinte años me ha llenado la cartera de información, de ideas, de cómo trabajar. Ahora es el momento idóneo para que me llegue esta partitura. Había un manuscrito que le había llegado a Miguel Roa, y solo al final de su vida se lo entregó a la editorial Tritó, que ha realizado una edición de un gran nivel. Y por fin puedo ver una orquesta. El cambio es increíble; todo tiene sentido. La orquestación explica muchas cosas del texto y de las escenas. Por ejemplo, está muy clara –y no lo estaba en la partitura de piano y voz–, en la pelea de los versolaris, en la que Guridi incrementa la tensión con un giro en las violas en la cuarta frase con un trémolo superdramático, que indica que algo va a pasar, que llega el enfrentamiento final. El cambio entre las dos partituras es abrumador, y por eso estoy disfrutando tanto.
Mucha gente considera «El caserío» como uno de los mejores títulos de nuestra zarzuela…
Y estoy de acuerdo. Es una obra especial por su orquestación, por su sonido, por sus melodías. Tiene el contraste de sus dúos cómicos, pero lo fundamental de «El caserío» es que es un órgano sonando; se nota que Jesús Guridi fue organista en la Iglesia de San Manuel y San Benito, muy cerca del Retiro, en Madrid. El sonido es redondo, profundo; las armonías son cambiantes; y lo más importante de «El caserío» es que su música es de una enorme belleza. Porque está tratada desde el órgano; desde el sonido, desde la voz -no es casualidad que Teresa Berganza cantara como lo hacía; también fue alumna de órgano del maestro Guridi-. Estamos hablando de un tipo determinado de sonido; él utiliza mucho el folclore, pero lo trata con un respeto y una elegancia grandes. En cierta medida puede compararse con Bartok.
Una escena de «El caserío» – Moreno Esquibel
¿Y qué elementos folclóricos hay en «El caserío»?
Déjeme decirle que Guridi es un compositor muy cercano a mí. Soy vitoriano, como él; nací en el barrio de Zaramaga, una zona obrera. Mi madre me llevó a un colegio del que había oído que tenía mejores actividades extraescolares. Y en efecto, cuando yo tenía siete años pasó por mi clase Antxón Lete -que era un director de coros- con una flauta para ver si los chavales podíamos acertar las notas. Yo lo hice, vio que mi voz era bastante limpia y me preguntó si quería cantar en el coro. Hablé con mis padres y entré. Y lo primero que canté en ese coro fueron las «Canciones infantiles» de Guridi: «Correr y correr; no dejaremos de correr, la mariposa está al caer»…, «De niño ví una vela en el mar, su rumbo quise seguir»…, «Esta tarde en la escuela el maestro anunció que mañana no hay clase, que nos da vacación»; ahí empecé a aprender cómo colocaba Guridi los acentos tónicos, algo que le he transmitido a todos los solistas de «El caserío». Con el tiempo estuve en el Conservatorio Jesús Guridi -cuando llegó Carmelo Bernaola, que varió el nombre a Escuela de Música, el cambio fue extraordinario, incluso para la ciudad- y ahí aprendí prácticamente todo lo que tengo ahora. Ya entonces tenía un bagaje: he cantado, he tocado en la Banda Municipal, he sido txistulari, he saltado con los blusas en las fiestas de Vitoria… Quiero decir que he estado muy en contacto con el folclore… Los ritmos de la biribilketa, del zortziko o de la espatadantza, son innatos en mí, las llevo dentro. Y vuelvo a su pregunta. En «El caserío» hay, prácticamente nada más empezar, una biribilteka en el coro inicial… El folclore vasco está muy identificado en toda la obra a través de los ritmos, y especialmente el del zortziko, en un compás de 5/8, en el que la característica que lo hace especial es que se acentúa la segunda parte. La base rítmica del folclore vasco está en «El caserío»: el arin-arin, la espatadantza, que en esta obra es extraordinariamente compleja, quizás porque es la que se hacía en la iglesia, y Guridi quería darle un toque de misterio.
Cuando lo he dirigido fuera siempre ha sorprendido a los músicos y al público. Pasa lo mismo con Arriaga, si nos ceñimos al repertorio vasco. Guridi es un grande, porque en el entorno de las dos guerras mundiales y la guerra civil, sin haber tenido la referencia de una generación de grandes compositores clásicos españoles -teníamos apenas dos o tres-, haber conseguido llegar a hacer lo que hizo… Hay citas en «El caserío» de «Tristán e Isolda», y la manera de orquestar es wagneriana; pero conseguir en aquella época una partitura era una odisea. Para muchos compositores de aquel período la única conexión con el mundo era la radio. Desde ese punto de vista Guridi es un grande; haber compuesto esta obra, las «Diez melodías vascas», el «Así cantan los chicos», la «Sinfonía pirenaica»… Yo he llorado grabando sus obras o las de Turina con la BBC Symphonic. Pero queda mucho que hacer, por ejemplo, con los materiales de orquesta.
El Teatro de la Zarzuela inicia temporada con una de las cumbres del género: un poético e inspirado canto a la tierra vasca del maestro Juanjo Mena y el director de escena Pablo Viar.
La zarzuela es mucho más plural y abierta, como es España, de lo que se piensa. Esta imagen de que solo pertenece a un sitio o algunos personajes de Madrid es errónea», asegura Daniel Bianco. Con la intención de demostrarlo, el director del Teatro de la Zarzuela inicia su cuarta temporada con El caserío (1926), una carta de amor a la tierra vasca considerada como una de las obras cumbres de Jesús Guridi y del género. Que vendrá acompañada en noviembre de Mirentxu (1920), zarzuela anterior del compositor que se representará en versión concierto y, por primera vez en este coliseo, en euskera.
El caserío regresa así al mismo escenario donde se estrenó 42 años después de su última representación, razón ésta ya suficiente para recuperar el título, según Bianco. «Cuando vi que Guridi y esta obra llevaban tantos años sin estar en este teatro pensé que tenían que volver. Por algo es una obra con tantísimo éxito y una de las zarzuelas más representadas a lo largo de la Historia», señaló el también escenógrafo de esta producción del Teatro Arriaga de Bilbao y el Teatro Campoamor de Oviedo. «Guridi aborda el folclore con elegancia y esto me parece importante en estos tiempos en que vivimos: no es una cuestión de nacionalismo, sino de amor a la tierra, la raza y el alma vascas», afirmó.
Para Juanjo Mena, vitoriano como Guridi y director musical del montaje, El caserío es «una obra magistral, desde el punto de vista de orquestación más» a la que se siente profundamente ligado. «Vivo en un caserío de un indiano con su palmera. Lo primero que canté en una escolanía fueron las seis canciones infantiles de Guridi y a partir de ahí todo fue Guridi en mi vida. Es algo que está dentro de mí», afirmó.
El director de escena, el bilbaíno Pablo Viar, ha condensado el libreto de Federico Romero y Guillermo Fernández-Shaw para dar a luz un espectáculo tan ágil como respetuoso con el original: una fábula ambientada en Arigorri, una aldea idílica e imaginaria de Vizcaya. «Hemos intentado reflejar la inmensa poesía, el lirismo, el sentimiento, el humor y la magia que encierra» esta comedia lírica en tres actos. «El primero es como un pequeño cuento que funciona casi de manera autónoma y presenta a los personajes. Todo lo que sucede encuentra su reflejo en el segundo y el tercero porque existen muchas cosas duplicadas», explicó Viar sobre el mundo del caserío y la sidrería, sus respectivos triángulos familiares liderados por un patriarca y una matriarca, el drama y el humor que domina a cada uno.
«A partir de ese bellísimo preludio se da inicio al mundo del frontón, donde hemos intentando concentrar la acción de los siguientes actos», continuó diciendo sobre un espacio que «en el mundo vasco opera como plaza del pueblo, como ágora o, como dicen artistas vascos como Oteiza o Chillida, un lugar cósmico, una caja metafísica que esta producción también intenta recoger», señaló. «Finalmente hay unos elementos de magia, brujería y demás que ayudan a la solución del conflicto final», añadió.
Las sopranos Raquel Lojendio y Carmen Solís darán vida a la joven Ana Mari, sobrina del tío Santi, propietario del caserío Sasibil, de quien está enamorado Txomin sin ser correspondido. Los barítonos Ángel Ódena y José Antonio López encarnarán al tío Santi, quien adoptó a Ana Mari cuando quedó huérfana en América y urde un plan con Don Leoncio, el cura del pueblo, para que Ana Mari y su sobrino José Miguel se enamoren. Los tenores Andeka Gorrotxategi y José Luis Sola interpretarán el papel de José Miguel, enamorado también de Ana Mari (y Ana Mari de él), pero quien abandona la aldea al saber que esta va a desposarse con su tío, con lo que perderá de un plumazo la herencia y el amor. Las mezzosopranos Marifé Nogales y Ana Cristina Marco interpretarán a Inocencia, la hija de Eutasia, que se declara con éxito a Txomin, criado del caserío representado por los tenores Pablo García-López y Jorge Rodríguez-Norton. El rol de Eutasia, la dueña de la sidrería, lo asumirá la mezzosoprano Itxaro Mentxaka, el de su marido Manu el actor Eduardo Carranza, y el de Don Leoncio el también actor José Luis Martínez.
Un momento fundamental de esa producción será la danza, coreografiada por Eduardo Muruamendiaraz y ejecutada por ocho bailarines de su compañía Aukeran Dantza Konpainia. El Coro del Teatro de la Zarzuela, tres figurantes y cuatro niños completan el equipo artístico sobre el escenario.
La representación de El caserío del 17 de octubre se podrá disfrutar a través de Facebook, Youtube y la web del teatro. Según señaló Bianco, las retransmisiones en streaming de los anteriores espectáculos del Teatro de la Zarzuela ya han superado el medio millón de espectadores. Y Radio Clásica emitirá la función del 19 de octubre en directo. Asimismo, el coliseo celebrará donde encuentros con Mena y Viar, el primero con alumnos de la Escuela Superior de Canto de Madrid y el segundo con alumnos de la Escuela Municipal de Arte Dramático, el 11 y el 16 de octubre.
Dentro del XX Ciclo Internacional de Órgano Romántico, mañana se celebrará el primero de los conciertos programados en la basílica de Loiola.
A partir de las 20.00 horas, el organista alemán Willibald Guggenmos interpretará varias piezas de Tomás Garbizu, Jesús Guridi y Charles M. Widor.
El segundo de los conciertos será el 13 de octubre y correrá a cargo del organista local Ignacio Arakistain junto al txistulari Peio Irigoien. Cerrará el ciclo de Loiola el concierto que ofrecerá el día 20 Óscar Cadendo junto Easo Araoz Gazte Abesbatza.
El vigésimo Ciclo Internacional de Órgano Romántico se llevará a cabo entre las localidades de Azpeitia, Azkoitia y Bergara.