España

Juanjo Mena: «El público y los músicos se sorprenden cuando escuchan a algunos compositores españoles»

El director de orquesta vitoriano inaugura la temporada del Teatro de la Zarzuela con «El caserío», de Guridi.

MadridActualizado:

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Juanjo Mena, en el Teatro de la Zarzuela – Maya Balanyá

Tiene Juanjo Mena (Vitoria, 1965) una marcada flema británica; quizás tengan algo que ver los años que ha pasado al frente de la Orquesta Sinfónica de la BBC. Pero se incendia cuando habla de música y, especialmente, de Jesús Guridi, cuya obra más conocida, «El caserío», dirigirá desde el viernes próximo (y hasta el 20 de octubre) en el Teatro de la Zarzuela, en una producción procedente del Teatro Arriaga de Bilbao.

¿Es la primera vez que aborda «El caserío»?

La dirigí hace unos años, en 2000 o 2001. Era titular entonces de la Orquesta Sinfónica de Bilbao y la grabamos; una grabación muy rápida que nos pidió el sello Naxos. No era el momento más adecuado, porque yo acababa de empezar a trabajar con la orquesta; pero yo creía que la exigencia de una grabación sería bueno para los músicos. La grabamos en Vitoria, en el Conservatorio de Música Jesús Guridi, en la sala que yo conocía muy bien. Ahí está la grabación; es un momento muy diferente a éste.

¿Y al regresar a la partitura ahora, lo ha hecho como si la leyera por primera vez?

Realmente sí. En primer lugar, porque hasta ahora no ha sido posible tener una partitura de dirección de orquesta de la obra;dirigíamos con la partitura de piano y voz. Cuando la grabamos, además, yo era muy joven; toda la experiencia que he adquirido en estos casi veinte años me ha llenado la cartera de información, de ideas, de cómo trabajar. Ahora es el momento idóneo para que me llegue esta partitura. Había un manuscrito que le había llegado a Miguel Roa, y solo al final de su vida se lo entregó a la editorial Tritó, que ha realizado una edición de un gran nivel. Y por fin puedo ver una orquesta. El cambio es increíble; todo tiene sentido. La orquestación explica muchas cosas del texto y de las escenas. Por ejemplo, está muy clara –y no lo estaba en la partitura de piano y voz–, en la pelea de los versolaris, en la que Guridi incrementa la tensión con un giro en las violas en la cuarta frase con un trémolo superdramático, que indica que algo va a pasar, que llega el enfrentamiento final. El cambio entre las dos partituras es abrumador, y por eso estoy disfrutando tanto.

Mucha gente considera «El caserío» como uno de los mejores títulos de nuestra zarzuela…

Y estoy de acuerdo. Es una obra especial por su orquestación, por su sonido, por sus melodías. Tiene el contraste de sus dúos cómicos, pero lo fundamental de «El caserío» es que es un órgano sonando; se nota que Jesús Guridi fue organista en la Iglesia de San Manuel y San Benito, muy cerca del Retiro, en Madrid. El sonido es redondo, profundo; las armonías son cambiantes; y lo más importante de «El caserío» es que su música es de una enorme belleza. Porque está tratada desde el órgano; desde el sonido, desde la voz -no es casualidad que Teresa Berganza cantara como lo hacía; también fue alumna de órgano del maestro Guridi-. Estamos hablando de un tipo determinado de sonido; él utiliza mucho el folclore, pero lo trata con un respeto y una elegancia grandes. En cierta medida puede compararse con Bartok.

Una escena de «El caserío»
Una escena de «El caserío» – Moreno Esquibel

¿Y qué elementos folclóricos hay en «El caserío»?

Déjeme decirle que Guridi es un compositor muy cercano a mí. Soy vitoriano, como él; nací en el barrio de Zaramaga, una zona obrera. Mi madre me llevó a un colegio del que había oído que tenía mejores actividades extraescolares. Y en efecto, cuando yo tenía siete años pasó por mi clase Antxón Lete -que era un director de coros- con una flauta para ver si los chavales podíamos acertar las notas. Yo lo hice, vio que mi voz era bastante limpia y me preguntó si quería cantar en el coro. Hablé con mis padres y entré. Y lo primero que canté en ese coro fueron las «Canciones infantiles» de Guridi: «Correr y correr; no dejaremos de correr, la mariposa está al caer»…, «De niño ví una vela en el mar, su rumbo quise seguir»…, «Esta tarde en la escuela el maestro anunció que mañana no hay clase, que nos da vacación»; ahí empecé a aprender cómo colocaba Guridi los acentos tónicos, algo que le he transmitido a todos los solistas de «El caserío». Con el tiempo estuve en el Conservatorio Jesús Guridi -cuando llegó Carmelo Bernaola, que varió el nombre a Escuela de Música, el cambio fue extraordinario, incluso para la ciudad- y ahí aprendí prácticamente todo lo que tengo ahora. Ya entonces tenía un bagaje: he cantado, he tocado en la Banda Municipal, he sido txistulari, he saltado con los blusas en las fiestas de Vitoria… Quiero decir que he estado muy en contacto con el folclore… Los ritmos de la biribilketa, del zortziko o de la espatadantza, son innatos en mí, las llevo dentro. Y vuelvo a su pregunta. En «El caserío» hay, prácticamente nada más empezar, una biribilteka en el coro inicial… El folclore vasco está muy identificado en toda la obra a través de los ritmos, y especialmente el del zortziko, en un compás de 5/8, en el que la característica que lo hace especial es que se acentúa la segunda parte. La base rítmica del folclore vasco está en «El caserío»: el arin-arin, la espatadantza, que en esta obra es extraordinariamente compleja, quizás porque es la que se hacía en la iglesia, y Guridi quería darle un toque de misterio.

¿Está suficientemente valorado Jesús Guridi? ¿Es suficientemente conocido?

Cuando lo he dirigido fuera siempre ha sorprendido a los músicos y al público. Pasa lo mismo con Arriaga, si nos ceñimos al repertorio vasco. Guridi es un grande, porque en el entorno de las dos guerras mundiales y la guerra civil, sin haber tenido la referencia de una generación de grandes compositores clásicos españoles -teníamos apenas dos o tres-, haber conseguido llegar a hacer lo que hizo… Hay citas en «El caserío» de «Tristán e Isolda», y la manera de orquestar es wagneriana; pero conseguir en aquella época una partitura era una odisea. Para muchos compositores de aquel período la única conexión con el mundo era la radio. Desde ese punto de vista Guridi es un grande; haber compuesto esta obra, las «Diez melodías vascas», el «Así cantan los chicos», la «Sinfonía pirenaica»… Yo he llorado grabando sus obras o las de Turina con la BBC Symphonic. Pero queda mucho que hacer, por ejemplo, con los materiales de orquesta.

 

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El canto popular como materia de composición musical (J. Guridi)

Por su curiosa visión de la riqueza cromática de España, el discurso de entrada de Guridi en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando se gana su lugar en el atribulado panaroma actual.

«En Ravel se da el caso curioso de que desdeñó los preciosos motivos de su país —región vasco-francesa—, lo que es de lamen­tar…»

Jesús Guridi: Texto íntegro del discurso de entrada en la Real Academia de Bellas  Artes de San Fernando el 9 de Junio de 1947, ocupando el sillón dejado por D. Joaquín Larregla y Urbieta. (Digitalizado y revisado en Enero del 2019 por el administrador de este blog)

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Madrid 1947

«Cuando de entre vosotros faltó para siempre, el Excmo. señor don Joaquín Larregla y Urbieta, Presidente de la Sección de Mú­sica de esta Real Academia, me elegisteis para venir a ocupar su vacante. Por eso las primeras palabras que yo pronuncie en este día en que cordialmente me uno a vuestras tareas, han de ser de gratitud sincera a cuantos me llamaron a formar parte de la Aca­demia y de recuerdo a la memoria de aquel insigne artista que fue una de las más firmes personalidades de la pedagogía pianís­tica y de la composición. Porque, el maestro Larregla —y aquí uso el calificativo de maestro en toda su íntegra significación, desoyen­do el tono vulgar que nuestros días ha tomado–, desde el momento en que ocupó su Cátedra de piano en el Conservatorio de Madrid, puso todos sus afanes en la formación de pianistas, en el cultivo artístico de cuantos se acercaron a su aula y a los que, en pródiga transmisión de las insuperables facultades de enseñar que Dios le había concedido, fue dando el poderoso aliento de su se­mejanza.

Cuántas y cuántas cosas buenas podrían decirse del navarro de Lúmbier como ejecutante, como profesor, como compositor… Su modestia, una modestia personal deliciosa, le había atraído los cariños más hondos, vividos en toda su ambición en aquella casa del valle del Baztán, en Santesteban, en la que había estado hos­pedado Carlos VII, y de la que trascendió hasta los últimos mo­mentos de su vida el sonido de su piano, en el milagro de una ple­nitud por encima de los años. (más…)